TERRITORIOS REALES E IMAGINARIOS
El paisajismo entre los siglos XIX – XX
Colección FMN-MAM-GAN
Hagamos arte nuestro (…) aprovechando cuanto de sencillo y amoroso nos rodea, sin recurrir a prácticas exóticas que no ajustan a nuestros sujetos y motivos, porque el arte no es más que ver y trasmutar, sentir más hondamente que el sentir general, apreciar en los gestos los momentos de las almas y en el ambiente el alma del paisaje y expresar y ejecutar, siempre ajenos a otras influencias que no sean las del propio sentir
Leoncio Martínez
En el transcurso del siglo XIX la presencia del paisaje en la plástica nacional se limitaba a unas pocas experiencias y como telón de fondo para los grandes temas históricos nacidos del triunfo de los ideales independentista en artistas como Martín Tovar y Tovar, Antonio Herrera Toro, Ramón Irazábal, Francisco Valdéz, Ramón Bolet, entre otros. Predominó la exaltación de los hombres que habían participado en la gesta libertaria, su virtuosismo heroico y su visión americanista, con lo cual el tema épico y los retratos figuran entre los más importantes del momento. Para ese entonces, la educación del artista se orienta hacia el Academicismo europeo y dentro de esa corriente cultural decimonónica podemos apreciar ciertos ejemplos muy significativos que nos interesan a la hora de analizar la evolución del género paisajístico en la pintura venezolana a través de la Colección Fundación Museos Nacionales resguardada en los museos Arturo Michelena y Galería de Arte Nacional respectivamente.Al observar y estudiar estas colecciones podemos apreciar claramente los cambios y la estética del paisajismo en el tiempo. En este sentido, El Bosque (1918) de Emilio Boggio constituye una pintura en donde los detalles y el conjunto de troncos se fusionan con el ambiente y el personaje presente entre la arboleda, es un trabajo al óleo de un artista cuya formación estuvo muy ligada al impresionismo francés y las transformaciones que se suceden en la pintura entre finales y principios de ambos siglos. Para el año 1893 Arturo Michelena realiza una pequeña obra titulada Paisaje de San Bernardino, la cual representa uno de los primeros ejemplos del paisaje en nuestro
país. En esta pieza la perspectiva aérea, la luminosidad y la escena cotidiana se unifican
dentro de los cánones académicos pero que ya en cierta medida vislumbran las
características que más adelante desarrollarán los pintores del Círculo de Bellas Artes en
la primera mitad del siglo XX.
EMILIO BOGGIO
Paisaje
1881
Carboncillo sobre papel
20,7 x 15,2
Col. FMN-MAM 2004.0004
Paisaje
1881
Carboncillo sobre papel
20,7 x 15,2
Col. FMN-MAM 2004.0004
ARTURO MICHELENA
San Bernardino
1893
Óleo sobre tela
35,1 x 29 cm
Col. FMN-MAM 63.0021
San Bernardino
1893
Óleo sobre tela
35,1 x 29 cm
Col. FMN-MAM 63.0021
Ahora bien, a raíz del boom progresista de Guzmán Blanco en la segunda
mitad del siglo XIX, las bases de un nuevo estatus de modernidad se ven limitadas
debido al bloqueo extranjero de los puertos venezolanos en 1902 y el derrocamiento del
Gobierno de Cipriano Castro por parte de Juan Vicente Gómez. Durante esta etapa, se
manifiesta la nueva generación de artistas, entre ellos Manuel Cabré, Marcelo Vidal,
Rafael Monasterios, Antonio Edmundo Monsanto, los cuales se rebelan en contra de las
enseñanzas academicistas de Herrera Toro como director de la Academia de Bellas
Artes de Caracas. Estos creadores fundan el Círculo de Bellas Artes en 1912 y se
constituyen en el primer gremio nacional de artistas en pro de las artes. “Durante la
existencia del Círculo se hicieron en la sede del grupo, ubicada en el Teatro Calcaño,
tres salones y varias exposiciones, que fueron fundamentales para mostrarse ante los
demás” (GAN, Los maestros del Círculo de Bellas Artes, p. 9). Promovían veladas intelectuales y en sus cuadros florece el paisaje al estilo de un impresionismo criollo y tropical, ya que a los artistas del círculo les interesaba estudiar la luz y el paisaje local, más allá de las vanguardias que se daban cita en la Europa de principios del siglo XX. Gracias a la influencia del Círculo, surgió un
movimiento titulado por el crítico e investigador Enrique Planchart (1942) la Escuela de
Caracas, la cual introduce la modernidad en el arte venezolano en el transcurso de este
siglo.
En este orden de ideas, hay algunos ejemplos de obras y artistas que directa o
indirectamente formaron parte de todo este movimiento cultural y artístico, entre ellas
El Ávila desde Maripérez (1954) de Manuel Cabré; Paisaje de Carrizal (1958) de
Próspero Martínez; Paisaje (1944) de Rafael Monasterios; Catia de La Mar (1938) de
Tomás Golding; Paisaje (1909) de Pedro Zerpa; Sin título -paisaje - (1939) de
Bernardo Monsanto; El Ávila (1950) de Antonio Alcantara y En un hato del llano
(1976) de Elisa Elvira Zuloaga.
mitad del siglo XIX, las bases de un nuevo estatus de modernidad se ven limitadas
debido al bloqueo extranjero de los puertos venezolanos en 1902 y el derrocamiento del
Gobierno de Cipriano Castro por parte de Juan Vicente Gómez. Durante esta etapa, se
manifiesta la nueva generación de artistas, entre ellos Manuel Cabré, Marcelo Vidal,
Rafael Monasterios, Antonio Edmundo Monsanto, los cuales se rebelan en contra de las
enseñanzas academicistas de Herrera Toro como director de la Academia de Bellas
Artes de Caracas. Estos creadores fundan el Círculo de Bellas Artes en 1912 y se
constituyen en el primer gremio nacional de artistas en pro de las artes. “Durante la
existencia del Círculo se hicieron en la sede del grupo, ubicada en el Teatro Calcaño,
tres salones y varias exposiciones, que fueron fundamentales para mostrarse ante los
demás” (GAN, Los maestros del Círculo de Bellas Artes, p. 9). Promovían veladas intelectuales y en sus cuadros florece el paisaje al estilo de un impresionismo criollo y tropical, ya que a los artistas del círculo les interesaba estudiar la luz y el paisaje local, más allá de las vanguardias que se daban cita en la Europa de principios del siglo XX. Gracias a la influencia del Círculo, surgió un
movimiento titulado por el crítico e investigador Enrique Planchart (1942) la Escuela de
Caracas, la cual introduce la modernidad en el arte venezolano en el transcurso de este
siglo.
En este orden de ideas, hay algunos ejemplos de obras y artistas que directa o
indirectamente formaron parte de todo este movimiento cultural y artístico, entre ellas
El Ávila desde Maripérez (1954) de Manuel Cabré; Paisaje de Carrizal (1958) de
Próspero Martínez; Paisaje (1944) de Rafael Monasterios; Catia de La Mar (1938) de
Tomás Golding; Paisaje (1909) de Pedro Zerpa; Sin título -paisaje - (1939) de
Bernardo Monsanto; El Ávila (1950) de Antonio Alcantara y En un hato del llano
(1976) de Elisa Elvira Zuloaga.
TOMÁS GOLDING
Paisaje de Gamboa
Sin fecha
Óleo sobre mazonite
45,3 x 45 cm
Col. FMN-MAM 94.0096
Paisaje de Gamboa
Sin fecha
Óleo sobre mazonite
45,3 x 45 cm
Col. FMN-MAM 94.0096
PEDRO ZERPA
Paisaje
Sin fecha
Óleo sobre tela
27,4 x 41,3 cm
Col. FMN-MAM 93.0009
Paisaje
Sin fecha
Óleo sobre tela
27,4 x 41,3 cm
Col. FMN-MAM 93.0009
En este conjunto resulta importante el reconocimiento de la magnitud del paisaje
en su dimensión natural, en la representación de sus formas y el estudio del color
ambiental en todos sus matices y tonalidades, así como la integración de la arquitectura,
el hombre y las actividades humanas como parte de esa naturaleza. En cada una de estas
obras las particularidades técnicas y formales buscan aproximaciones realistas y
gestuales de los volúmenes montañosos, los árboles, el mar, las viviendas, los
campesinos, pero también nos otorgan un adelanto con miras al arte moderno y
contemporáneo.
En la década de los treinta y en lo sucesivo, las artes y la cultura tomaron
nuevos caminos y las vanguardias europeas ejercieron aportes significativos a los
artistas. De allí que el paisaje se diversifica, se gestualiza aun más, se construye y
reconstruye, se vuelve denuncia, subjetividad, abstracción e irrealidad. Ejemplo de esto
lo tenemos en piezas tales como Paisaje urbano (s/f) de Marcos Castillo; Paisaje
(1944) de Luis Alfredo López Méndez; Horno para hacer ladrillos (1948) de Luis
Ordaz; Casa de pescadores de Martigues (1926) de Manuel Cabré; Paisaje del Tevere
(1960) de Armando Barrios. De igual forma permanecen prototipos que conservan
ciertos matices “tradicionales” en la captación del paisaje y su fiel presencia naturalista:
Goajira (1976) de José Vicente Aponte Istúriz, o más cercano en el tiempo Vacaciones
episcopales cerca de Alcoy (1972) de Alberto Brant.
Cabe destacar la influencia de la pintora Elisa Elvira Zuloaga durante su
gestión en la Dirección de Cultura a partir de 1946, al facilitar becas de estudio en el
extranjero a los artistas emergentes y los premios que otorgó en el Salón oficial que se
realizaba anualmente en el Museo de Bellas Artes de Caracas. Para aquel entonces se
produce una división entre los estudiantes de la Escuela de Artes Plásticas, dando inicio
al Taller libre de Arte (1948) y el grupo de los Disidentes (1950) ubicados fuera de
nuestras fronteras, en París.
en su dimensión natural, en la representación de sus formas y el estudio del color
ambiental en todos sus matices y tonalidades, así como la integración de la arquitectura,
el hombre y las actividades humanas como parte de esa naturaleza. En cada una de estas
obras las particularidades técnicas y formales buscan aproximaciones realistas y
gestuales de los volúmenes montañosos, los árboles, el mar, las viviendas, los
campesinos, pero también nos otorgan un adelanto con miras al arte moderno y
contemporáneo.
En la década de los treinta y en lo sucesivo, las artes y la cultura tomaron
nuevos caminos y las vanguardias europeas ejercieron aportes significativos a los
artistas. De allí que el paisaje se diversifica, se gestualiza aun más, se construye y
reconstruye, se vuelve denuncia, subjetividad, abstracción e irrealidad. Ejemplo de esto
lo tenemos en piezas tales como Paisaje urbano (s/f) de Marcos Castillo; Paisaje
(1944) de Luis Alfredo López Méndez; Horno para hacer ladrillos (1948) de Luis
Ordaz; Casa de pescadores de Martigues (1926) de Manuel Cabré; Paisaje del Tevere
(1960) de Armando Barrios. De igual forma permanecen prototipos que conservan
ciertos matices “tradicionales” en la captación del paisaje y su fiel presencia naturalista:
Goajira (1976) de José Vicente Aponte Istúriz, o más cercano en el tiempo Vacaciones
episcopales cerca de Alcoy (1972) de Alberto Brant.
Cabe destacar la influencia de la pintora Elisa Elvira Zuloaga durante su
gestión en la Dirección de Cultura a partir de 1946, al facilitar becas de estudio en el
extranjero a los artistas emergentes y los premios que otorgó en el Salón oficial que se
realizaba anualmente en el Museo de Bellas Artes de Caracas. Para aquel entonces se
produce una división entre los estudiantes de la Escuela de Artes Plásticas, dando inicio
al Taller libre de Arte (1948) y el grupo de los Disidentes (1950) ubicados fuera de
nuestras fronteras, en París.
MARCOS CASTILLO
Paisaje Urbano (al reverso Flores)
Sin fecha
Óleo sobre tela
34 x 35,5 cm (vista)
Col. FMN-MAM 94.0002.02
Paisaje Urbano (al reverso Flores)
Sin fecha
Óleo sobre tela
34 x 35,5 cm (vista)
Col. FMN-MAM 94.0002.02
MANUEL CABRÉ
Casas de pescadores de Martigues
1926
Óleo sobre madera
42,5 x 53,2 cm
Col. FMN-MAM 94.0105
Casas de pescadores de Martigues
1926
Óleo sobre madera
42,5 x 53,2 cm
Col. FMN-MAM 94.0105
Posteriormente, y ya en la década de los años 50, el escenario cultural se
vuelve mucho más conflictivo debido a las discordias entre el arte figurativo y abstracto.
Escritores como Juan Liscano señalaron: “Existe actualmente en Venezuela una
polémica en torno a la pintura. Se discute sobre la pintura abstracta y pintura realista,
sobre pintura impresionista y pintura pura, sobre pintura americana y pintura
europeizante. Cada quien se ha ubicado en sus trincheras. Los juicios pecan,
generalmente, por tendenciosos. El momento no es propicio para navegar por los
mares de la crítica pictórica” (Liscano, Testimonios sobre artes plásticas, p. 56). Esta polémica dividió el análisis de las artes tanto a nivel estético como ideológico, abarcando a los ya cuestionados maestros del Círculo de Bellas Artes.
Pero más allá de estos acontecimientos y su interés a la hora de analizar la
trayectoria del paisaje en la plástica nacional, este género se mantuvo y se ha mantenido
en la práctica y las inquietudes de los creadores. De allí que también se destaca la
presencia de artistas extranjeros, en este oportunidad Abend am Manzanares bei
Cumaná (1867) de Ferdinand Bellerman, en donde la exploración de la naturaleza
tropical conjuga la técnica con una visión casi romántica del paisaje venezolano visto
por este pintor alemán durante el siglo XIX.
De esta manera, las inquietudes creativas se orientan hacia un mosaico
conceptual y semántico de la naturaleza. Estos factores flexibilizan su contemplación
por encima de preceptos realistas y tradicionales, por lo que el contenido de estas piezas
adquiere un rango más espiritual, mental y espacial como consecuencia de la evolución
de las expresiones paisajísticas anteriores. Lo importante en este recorrido es la
confluencia del pasado con las realidades artísticas de la actualidad, y el propósito de la
misma es originar reflexiones heterogéneas en torno a un género tradicional del arte
universal y venezolano, es decir, cada obra interpreta de manera individual y global el
por qué y el cómo del paisaje en la pintura, tanto en sus caracteres significativos y
puntuales como en su relación con la historia del arte en Venezuela, de allí que el
vínculo entre la obra y el espectador pueden constituir un punto de partida para
compartir nuevos territorios conceptuales producto de las múltiples posibilidades
interpretativas del arte y el quehacer humano.
vuelve mucho más conflictivo debido a las discordias entre el arte figurativo y abstracto.
Escritores como Juan Liscano señalaron: “Existe actualmente en Venezuela una
polémica en torno a la pintura. Se discute sobre la pintura abstracta y pintura realista,
sobre pintura impresionista y pintura pura, sobre pintura americana y pintura
europeizante. Cada quien se ha ubicado en sus trincheras. Los juicios pecan,
generalmente, por tendenciosos. El momento no es propicio para navegar por los
mares de la crítica pictórica” (Liscano, Testimonios sobre artes plásticas, p. 56). Esta polémica dividió el análisis de las artes tanto a nivel estético como ideológico, abarcando a los ya cuestionados maestros del Círculo de Bellas Artes.
Pero más allá de estos acontecimientos y su interés a la hora de analizar la
trayectoria del paisaje en la plástica nacional, este género se mantuvo y se ha mantenido
en la práctica y las inquietudes de los creadores. De allí que también se destaca la
presencia de artistas extranjeros, en este oportunidad Abend am Manzanares bei
Cumaná (1867) de Ferdinand Bellerman, en donde la exploración de la naturaleza
tropical conjuga la técnica con una visión casi romántica del paisaje venezolano visto
por este pintor alemán durante el siglo XIX.
De esta manera, las inquietudes creativas se orientan hacia un mosaico
conceptual y semántico de la naturaleza. Estos factores flexibilizan su contemplación
por encima de preceptos realistas y tradicionales, por lo que el contenido de estas piezas
adquiere un rango más espiritual, mental y espacial como consecuencia de la evolución
de las expresiones paisajísticas anteriores. Lo importante en este recorrido es la
confluencia del pasado con las realidades artísticas de la actualidad, y el propósito de la
misma es originar reflexiones heterogéneas en torno a un género tradicional del arte
universal y venezolano, es decir, cada obra interpreta de manera individual y global el
por qué y el cómo del paisaje en la pintura, tanto en sus caracteres significativos y
puntuales como en su relación con la historia del arte en Venezuela, de allí que el
vínculo entre la obra y el espectador pueden constituir un punto de partida para
compartir nuevos territorios conceptuales producto de las múltiples posibilidades
interpretativas del arte y el quehacer humano.
Hendrik Hidalgo
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